El problema, lo anormal o subnormal del caso, es la reacción de Izquierda Unida. Es asombroso que no solo no le hayan destituido en nombre del lógico deber de ejemplaridad que debe tener un parlamentario,  sino que por el contrario han llegado a justificar su acción  incluso con argumentos tan grotescos como el estado de necesidad recogida en el Código Penal.

Dicho argumento lo soltó Llamazares sin ruborizarse, y con el consabido deje de superioridad moral que se atribuye así mismo, superioridad moral que, viniendo de comunistas no deja de tener su gracia, especialmente cuando se observa a la cajera del supermercado asaltado (probablemente con unas condiciones laborales muy diferentes a las que tienen Llamazares y su cuate Sánchez Gordillo en sus respectivos parlamentos) aterrada por el ataque de estos valientes revolucionarios.

En época de crisis, no solo económica sino de sistema, lo menos, la mínima decencia que deben tener los diputados y dirigentes políticos es la ejemplaridad moral, una labor ímproba de pedagogía democrática, pues los vientos y cantos de sirena del populismo asambleario, y otras diversas formas del totalitarismo, encuentran en ciudadanos desesperados y poco formados semilla fecunda para su crecimiento.

Izquierda Unida no puede tener dos almas, una bolivariana a lo Evo Morales con aromas de Fidel y Cheguevara, okupas y demás hierbas, y otra institucional y parlamentaria: esa mercancía esta averiada, pues se excluyen mutuamente,  o se está dentro de la ley, con sus reformas incluidas, o se juega a ser antisistema con los Gordillos y Llamazares de turno. A ver donde nos llevan estos falangistas de nuevo cuño.