El caso que nos ocupa sucedió el viernes, cuando una pareja de turistas extranjeros reparó en que eran los únicos presentes en el adarve amurallado. Y no solo eso. Desconocían cómo regresar a la salida. Perdidos y asustados, la inquietud se apoderó de quienes ignoraban a quién telefonear para pedir ayuda.

Con la misma alegría que un náufrago descubre un barco en el horizonte, esta pareja avistó a alguna persona en el entorno de la plaza de Fuente el Sol y no dudaron en alertar de lo que les ocurría sin poder disimular su estado de nerviosismo, pero esperanzados de que estaban ante sus salvadores.

A la hora en la que aconteció el hecho, en el Colegio de Arquitectos, adosado a la Muralla, no hay nadie, pero quiso la casualidad que ese viernes sí, porque luego iba a celebrarse una proyección cinematográfica. Esto facilitó que comenzara la operación de rescate, que consistió en ayudarles a saltar una barandilla, tras lo que pudieron descender por una pequeña escalera que da a la terraza del edificio de lo que fue casa de la familia Travesedo, en la calle Brieva.

Bajaron mucho más calmados y agradecidos. Eso sí, ya con los pies en la tierra se mostraron preocupados e insistían con un interrogante: ¿cómo devolver las audioguías?. Tampoco dejaron pasar la oportunidad para preguntar dónde podrían cenar y recuperar fuerzas después del susto.

Lo curioso del caso es que todo esto ocurrió poco antes de las 20 horas, o sea, que la muralla no había colgado aún el cartel de cerrado. Al regreso a su destino, podrán contar una historia de la muralla, y no precisamente la medieval.