“Es que Ávila es una mierda”. Esta sentencia, en apariencia inocente, es un efectivo recurso del que nos valemos para excusarnos ante muchas de nuestras pequeñas limitaciones cotidianas.

- ¿Qué tal ayer de fiesta? ¿Pillaste?
- Que va, ya sabes, si es que Ávila es una mierda!

Veamos lo que acaba de suceder aquí: Sin duda deben existir cientos de factores por los que el sujeto B no consiguió  ligar ayer. Podemos pensar en su físico y atuendo, pero también en su personalidad o su actitud, en su estado de ánimo, en las circunstancias, el azar...

No obstante, la explicación que ha ofrecido es la única de todas las posibles que con seguridad provocará una reacción automática de solidaridad en su interlocutor sin importar de quién se trate.

(...) que va, si es que Ávila es una mierda!
-Ya ves macho.

“Ya ves macho” es el gran indicador de que el sujeto B  ha conseguido de manera brillante despojarse de cualquier rastro de responsabilidad propia en su pequeño drama personal haciendo cargar con la cruz a una especie de enemigo común.

Naturalmente el sujeto B no utiliza este recurso de manera consciente ni  intencionada. No es un maquiavélico maestro de la manipulación ni es un agitador de masas, sólo es el sujeto B.
A pesar de ello ha logrado ponerse al nivel de ilustres maestros de la excusa.

Felipe II culpó a los elementos, Mourinho a los árbitros,  Rajoy a la herencia socialista, y el sujeto B atribuye su fracaso a su atrasada y cateta ciudad.

Las situaciones a aplicar la frase son de lo más diverso. Le puede servir para explicar desde por qué no sale de casa a por qué se pasa el día en la calle sin hacer nada. Por qué no encuentra novia o por qué ya sólo hace vida de pareja.

No tiene aficiones ni hobbies porque la oferta de ocio es limitada. No  ha podido ir a la universidad que quería porque los colegios te preparan fatal para selectividad. No puede desarrollarse en lo que le gusta porque no hay nadie que apoye lo que hace.

Las actividades culturales más relevantes que encuentra dentro de los límites de su localidad se reducen a ir a ver a Estopa todos los veranos a la plaza de toros y ver como sacan a pasear a las vírgenes de los distintos barrios.

Un servidor no podría estar más de acuerdo con estos argumentos. Sin embargo, analicemos el absurdo de nuestro chivo expiatorio. ¿De quién es la culpa? Pues, la culpa es de Ávila.

¿Ávila como concepto global? ¿Como ente abstracto? ¿Como un enorme y malvado gigante de humo que nos oprime y nos impide ser felices?

Ávila es tan sólo una ciudad. Una ciudad no es sino un trozo de tierra mejor o peor delimitado, bautizado y sembrado de edificios. Un conjunto de casas y de comercios, de piedras y de árboles, de esquinas y de cuestas, de coches y de farolas.

Echarle la culpa de nuestras miserias cotidianas a un conjunto de muchas piedras es tan grotesco como echarle la culpa a una sola piedra. Revisemos ahora el diálogo de nuevo bajo éste revelador punto de vista.

-¿Qué tal ayer de fiesta? ¿Pillaste?
- Que va, ya sabes, la culpa es de una piedra.

Podemos apreciar como nuestra originalmente costumbrista conversación se torna ahora ridícula nivel sketch de Monty Phyton. Y es que sin las almas que la pueblan una ciudad,  como un barrio, un país, son sólo conceptos abstractos, inertes.

Si en un universo paralelo Ghandi ha nacido en Ávila es probable que las yemas lleven su nombre y su más célebre cita se haya visto levemente modificada con algunas especificaciones: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo. Ponte con el Grande,  con el Chico y con Sanvi y luego ya vamos viendo”.

Ese cambio podría empezar por convertirte en eso que tanto echas en falta en el lugar en el que vives, tal vez podría seguir por relegar a quien lleva diez años aferrándose a algún puesto público y, Dios lo quiera, terminar por conseguir que el sujeto B consiga pillar alguna noche.