Del Sábado, 06 de Septiembre de 2025 al Miércoles, 10 de Septiembre de 2025
La otra corrupción
Quizás eran conscientes de que Ávila, sus ciudadanos, les reclamaban un estilo que a todas luces no poseían. Ellos no se creían su propaganda y tanto se conocían, que jamás hubieran votado por un partido formado por gente de su propio talento y talante.
Este complejo de inferioridad intelectual, de quién se sabe portador de carencias innegables, les llevó a los grandes proyectos pagados con dinero público, sin consultar a sus dueños. El proceso fue simple pero eficaz: primero crearon de forma artificial la necesidad y luego ya se encargaría la prensa de alabar la idea, glosar las innegables virtudes y el maná que supondría para Ávila sus ocurrencias.Empezó el desatino con el edificio de Moneo. El ‘genio arquitectónico’ caló enseguida a los promotores de la obra. Esos ‘palurdos’ adineraros no suspiraban por remodelar una plaza sino por dejar huella en la ciudad con una obra ‘emblemática’ (vocablo éste que sirve como medidor infalible de la estupidez pública) al igual que ‘accesible’, ‘sostenible’ o ‘paritario’. Así que viendo la capacidad de estos fulanos, se dio el gusto de levantar un edificio inspirándose en sus propias deposiciones, con lo cual se puso en vanguardia de la vanguardia (es el sueño de todo cantamañanas, sus residuos corporales como obra suprema).
No recuerdo quién dijo a la vista de semejante obra que era evidente que Moneo ya es una vaca sagrada, pero la vacas sagradas también estercolan la tierra.
El problema de su ubicación no era baladí. La Ley del Patrimonio Histórico Español del año 85 impedía técnicamente la ubicación de esa bosta de vaca (aun siendo sagrada) entre la puerta del Alcázar y la iglesia de San Pedro. Sin embargo, unos técnicos, o algo así, de la Comisión de Patrimonio dieron el visto bueno por parte de la ‘Unta’ de Castilla y León. Técnicos, por cierto, que junto con los del Ayuntamiento, deberían entrar directamente en el último circulo del infierno de Dante, ese reservado a los parricidas y traidores a la patria.
Una vez superado el nimio escollo que supuso para estos trileros el respeto a la ley, la cultura y el buen gusto, se encontraron con otro problema: la demolición de los edificios descubrió una bellísima perspectiva del Valle Amblés junto con la iglesia de la Magdalena, así como una espectacular panorámica, inédita para los abulenses, de la muralla desde la plaza del Ejército. La historia se vengaba y contraatacaba con las poderosas armas de la luz y la belleza.
Los abulenses descubrimos un patrimonio intangible oculto por los antecesores de estos dirigentes de Atapuerca y así, entre gran parte de la población (especialmente aquellos para los que pensar no significa ser enemigo de la ciudad, como creen los dirigentes del partido putrefacto) se empezó a plantear la posibilidad de una plaza abierta al Valle Amblés, luminosa, respetando las maravillosas vistas reencontradas.
Está creciente oposición popular puso nerviosos a los autores materiales del crimen, y así empezaron a mover sus peones, concejales y cargos públicos encabezados por el alcalde, soltando aquella mamarrachada de que los ciudadanos querían “una plaza de encuentro” y no una plaza abierta. Frase ésta que no era más que un palimpsesto para encubrir el verdadero motivo del ‘avilicidio’, los intereses privados son sagrados y queda tercermundista hacer prevalecer el interés público sobre estos.
Al final, una vez más la sinrazón se impuso. Al alcalde le nombraron director general de la Policía y se inauguró la plaza con una placa, inmortalizando al ministrito que le nombró, dígito en mano, madero principal.
El resultado es tan espantoso, que en todos los reportajes sobre Ávila se evitan cuidadosamente las imágenes del regüeldo para no espantar a todos aquellos ciudadanos sensibles a los ataques de vergüenza ajena.
Es significativo comprobar la repulsión que el edificio de Moneo causa en cualquier persona que no sea cargo o militante acrítico del partido putrefacto, y sin embargo, lo grave del asunto es que, formalmente, se realizó con todas las bendiciones legales. Todos los mecanismos de control (en teoría creados para evitar los caprichitos de estos sátrapas orientales, de estos tamerlanes ebrios de poder y soberbia) resultaron estériles.
De la misma forma, no hubo problema para un palacio de congresos y exposiciones disparatado en su absurda concepción, en su ubicación y en su resultado en forma de ruina y déficit para la ciudad; tampoco para el ocultamiento del cementerio musulmán; el derribo de la fábrica de harinas; la excesiva edificación de La Viña con el destrozo de aquella señorial quinta; o la estampa del edificio de los juzgados, todo ello amparado, más que en la legalidad, en la interpretación de esa legalidad por los ‘suyos’ y que en otras ciudades y regiones son los ‘contrarios’, pero al fin y al cabo complementarios.
Ese amparo por las instituciones que debieran proteger el interés de todos, de cada uno de los desatinos que la casta política perpetra con dinero público, es la corrupción más grave (la que de verdad socava la democracia), la ‘corrupción legal’, la más peligrosa, la que les sirve de coartada para ahuecar la voz y decir enfatizando aquello de que “se hizo todo con estricto respeto a la legalidad” a la vez que ponen “la cara del que sabe “.
Mientras, Rinconete, Cortadillo y demás fauna del patio de Monipodio se miran entre ellos, les reconocen y confirman su presencia en las próximas listas electorales.
Anita | Sábado, 10 de Septiembre de 2016 a las 09:19:40 horas
Pasando un día por el grande, ya estando él mojón, se ne acerca una pareja de turistas, de unos 50 años de edad y me preguntan ¿quién ha permitido esto? Les conteste el Sr alcalde y algún caciquillo más. Decepcionados me comenta el hombre hace años vine una vez y esta plaza era preciosa, el que ha permitido esto tenía que estar en la cárcel.
Accede para votar (0) (0) Accede para responder